Radio Chimia
Una radio abajo y a la izquierda.
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La izquierda y el 1 de enero de 1994



1) La irrupción violenta del EZLN en la escena política nacional, el primero de enero de 1994, abrió una crisis sin precedente en el sistema política mexicano. Esta crisis no se expresó únicamente en el PRI sino en todo el sistema de partidos y también en las organizaciones de izquierda que, o bien habían participado activamente en ese sistema o, repudiándolo verbalmente, habían conducido a una buena parte de los movimientos sociales a ser simplemente clientes respondones del Estado.

La población veía azorada un espectáculo terrible. La política era entendida como un bazar de oportunidades, unos desde la institucionalidad parlamentaria y otros desde la institucionalidad de la gestión.

Evidentemente la izquierda y la derecha tenían diferencias sobre los objetivos, pero ante los ojos de los ciudadanos esas diferencias eran, casi imperceptibles ante la similitud en las formas de hacer política, hasta llegar al punto en el cual esas viejas diferencias son sólo una anécdota, o como diría José Emilio Pacheco: “comidilla del polvo en cualquier sótano”. Cuando alguien comienza a actuar como su contrario, comienza a ser su clon.

La caída del muro de Berlín y el triunfo coyuntural del neoliberalismo y el posmodernismo, permitieron que ese proceso se agudizara. La diferencia entre las democracias representativas y el socialismo real eran muy escasas, en todo caso en las primeras se podía oír y bailar rock, tomar droga, participar masivamente en lo que antes era privilegio de la burocracia: la pornografía. Es decir la alternativa era entre el hedonismo individual entre el aburrimiento y la frustración colectiva.

La izquierda sufrió entonces un golpe suplementario: más allá de su voluntad y de la realidad, ante millones de seres humanos el fracaso del "socialismo" real se entendió como el de la construcción de una sociedad alternativa al capitalismo, es decir como un fracaso de la práctica de los socialistas.

2) El primero de enero estalló lo que correctamente se denominó la primera revolución del siglo XXI. Por lo demás no deja de ser revelador que haya sido precisamente en México el país donde estalló la primera revolución social del corto siglo XX.

Efectivamente, la insurrección chiapaneca fue la primera que se da después de la caída del muro de Berlín, del fin del llamado mundo bipolar.

Una insurrección hecha en el país que estaba predestinado por las agencias financieras internacionales a ser el modelo ideal para todo el mundo subdesarrollado, que se disponía fastuosamente a entrar, por la puerta grande, al primer mundo; que poseía en términos financieros el mercado de valores emergente más poderoso y que era paraíso de la inversión.

Y, frente a todo eso, o quizá por todo eso, la insurrección tuvo un éxito que inmediatamente rebasó las fronteras nacionales. Mientras que el mundo se desgarraba y se desgarra, con guerras fratricidas, producto de la mano sucia de la sociedad del poder. En México, desde la selva Lacandona, el norte y los altos de Chiapas, un grito de esperanza y fe se expresó con toda su fuerza y vigor. El EZLN aparte de interpelar a toda la nación hizo una interpelación especial hacia la izquierda mexicana, le recordó que, más allá de muchas vicisitudes, era fundamental reconstruir una voluntad de lucha contra la explotación, el despojo, el desprecio y la represión. Lanzó un programa que expresa no una serie de peticiones, consignas o reivindicaciones sino de valores humanos universales, sin los cuales la vida no es vida, sin los cuales no puede haber dignidad.

Al ubicarse al margen del sistema político nacional, deslegitimó la manera de hacer política, rompió con los modos teóricos y prácticos que conlleva la tradicional manera de concebir la misma. A partir de las huellas dejadas por el EZLN era fundamental reconstruir el pensamiento, el programa, la organización y la práctica de la izquierda mexicana.

3) El Poder y su teoría. Ubicar lo fundamental del discurso zapatista y adaptarlo a la práctica ciudadana requiere inevitablemente una reformulación de estos dos aspectos. La insistencia del EZLN de que no quiere tomar el poder como organización representa no solamente una ruptura con el concepto clásico de las organizaciones político-militares sino fundamentalmente una crítica bastante radical al concepto de vanguardia.

La idea de que el poder es una relación social y no simplemente el asalto al Palacio de Gobierno, lo mismo que la crítica a la idea de que las transformaciones sociales radicales, que significan una transformación también radical de la forma de vida de la población, se dan solamente hasta después de la toma del poder, tienen una importancia evidente.

El EZLN ha reformulado el planteamiento de que el poder no lo debe tomar tal o cual vanguardia sino la sociedad, en especial los de abajo. Si es verdad que el poder es una relación social, debemos entenderlo en toda su dimensión. No reduciéndolo a aquel que se ejerce en los mecanismos más aparentes del Estado, sino también en aquellos que estructuran una relación de dominación que se teje en las células más elementales de la sociedad, para dejarla prisionera de todo un entramado económico, político, ideológico, cultural, etc. Evidentemente, la eliminación de ese tipo de dominación no se resuelve echando del poder a un grupo para poner otro en su lugar; ni siquiera sustituyendo la lógica y el destino de la producción; mucho menos ganando una elección.

Es fundamental la construcción de un no-poder desde abajo que, al irse construyendo y constituyendo, va generando una lógica de contrapoder; donde las relaciones de dominio desaparecen, estructurándolo también desde las células más elementales de la sociedad. Por eso, el Subcomandante Insurgente Moisés dice, refiriéndose a los pueblos zapatistas: “Tratan con democracia todos los temas de la vida, sienten de la democracia que es de ellas y ellos, porque ellos y ellas discuten, estudian, proponen, analizan y deciden al final sobre los temas”. (ELLOS Y NOSOTROS. Para: las y los adherentes a la Sexta en todo el mundo. Subcomandante Insurgente Moisés).

Es decir, la democracia deja de ser procidimental, llena de de normas y reglamentos. Se convierte en una forma de vida, en el oxigeno, en el aire que se respira día con día, o para decirlo con palabras del poeta Gabriel Celaya:

No es un bello producto. No es un fruto perfecto. 
Es algo como el aire que todos respiramos 
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos. 

Son palabras que todos repetimos sintiendo 
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado. 
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre. 
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos. 

La izquierda mexicana requiere entonces reformular su teoría y su práctica. El carácter vanguardista y hegemonista ha sido una tradición. Desde la participación electoral hasta las luchas sociales han estado preñadas de un desprecio infinito a los mecanismos de democracia directa. En última instancia se ha procedido con los mismos criterios fundacionales de la democracia representativa: se actúa por delegación de poder. Los sectores sociales que se dirigen o los ciudadanos que se influyen en el terreno electoral no tienen voz y capacidad de decisión. Una vanguardia tiene en su poder la voluntad de la población y actúa en su nombre.

Hace unos días Andrés Manuel López Obrador dijo que en el 2018 tenían una cita con la historia. Esto no deja de ser ejemplificador del pensamiento de arriba. Quien busca hacer historia casi nunca lo logra, a lo más que puede aspirar es a que Enrique Krauze le haga un fascículo de editorial y Tv Clio. La historia, la verdadera, se hace de acciones pequeñas, anónimas, invisibles. La hacen los peatones de la historia, los sin papeles, los indocumentados de la política. Los que no tienen cita con la historia sino que crean su propia geografía y su propio calendario. A los que no les enseñaron únicamente la tabla del seis (2006, 2012, 2018, 2024…et al)

En un video italiano, el Subcomandante Marcos dijo que a la estructura antidemocrática de la organización político-militar ellos tuvieron que ponerle una cabeza democrática, al decidir que la Comandancia General fuera indígena y que estuviera basada y estructurada en función de las comunidades indígenas. La izquierda mexicana, y yo creo que la mundial también, requiere de un acto político similar. A la estructura cerrada de Comités Centrales y Comités Políticos o de camarilla de caudillos, o de “lideres” sociales que gobiernan en su comarca, o en su sector y se alían a otros, para conformar una fuerza social, se le debería poner una cabeza social.

La izquierda mexicana, víctima de la subcultura priísta lo que ha creado en cambio ha sido una especie de corporativismo de izquierda, generando los mismo odios y rencores que en otros países se expresaron contra los partidos comunistas en el poder, Nada más agraviante para el valor humano que saberse manipulado por un individuo o por un partido. Al mismo tiempo que se han creado aspectos insultantes de separación social.

Romper con ese tipo de trabajo requiere reorientar el fondo y los mecanismos de trabajo político. Nadie niega que es mucho más fácil convencer a una comunidad ofreciendo que el Estado (ya sea ahora u en un futuro luminoso) le va a resolver sus problemas, con una visión asistencialista de la peor calaña, en lugar de promover un concepto de lucha integral, democrática, no solamente en su objetivo final sino en su práctica cotidiana, en su acontecer diario.

Si todo esto es verdad, el fenómeno EZLN es algo nuevo, a pesar de sus impresionantes lazos con lo tradicional. El Subcomandante Insurgente Marcos dijo, hace unos años, que la concepción con la que llegaron a la selva sufrió una serie de abolladuras y que de allí surgió algo nuevo, que por llamarlo de alguna manera, le pondría neozapatismo. De la confrontación de la teoría marxista leninista con la realidad indígena chiapaneca surgió el Neozapatismo.

Con esto queremos señalar que el Neozapatismo no representa una simple continuidad de la izquierda revolucionaria mexicana sino sobre todo su ruptura. Es un punto de inflexión. Es la manifestación de su crisis e incapacidad.

4.- Conclusión:

Partamos de algunas consideraciones necesarias. Ya antes del primero de enero, pero mucho más después, hemos estado viviendo una crisis de lo que se conoce como política. Desde hace tiempo se ha venido discutiendo sobre la incompatibilidad entre la política y la ética, lo cual facilita la sobredeterminación de los medios con tal de conseguir los fines o ahora, desembarazándose de esos molestos fines.

Parecería que independientemente de posiciones teóricas y estratégicas la práctica política de la llamada izquierda institucional está llena de mentira y falsedad. Esta interpretación ha sido muy socorrida por el postmodernismo y está llevando a un cinismo sin precedente. La evolución del Estado y su capacidad para integrar a las oposiciones, por medio de una serie de sutiles mediaciones, ha traído como consecuencia una desafección a la política, entendida como participación partidaria; desde luego a este proceso hay que agregarle las terribles dificultades que tienen la vida interna de los partidos, que les permite convertirse, más o menos rápidamente, en zonas hostiles para el desarrollo individual y colectivo.

En Junio de 1993, hace ya 21 años escribí lo siguiente, lo recuerdo para que ustedes calibren el grado de desmoralización que vivíamos: "Entre nosotros, los dioses comienzan a sustituir a los artesanos. El alcohol, las drogas, las telenovelas, el fútbol, o la ansiedad por terminar profesiones o por tener nuevas, las revistas estúpidas, etc, juegan a fondo en una especie de reconversión personal. Los libros ocupan el último rincón de nuestra casa y no se renuevan... Y por si esto fuera poco, nos toco vivir los tiempos del SIDA y con él, el renacimiento de una moral sexual profundamente reaccionaria, nos tocó militar en los tiempos del cólera y eso es muy desmoralizante”.

Sin embargo, en México, un año después, la insurrección del primero de enero le dio un nuevo sentido a nuestra vida. Y ese es el aspecto más importante, creo yo.

Así, ahora, nuestra labor buscaría desarrollar un movimiento, capaz de ofrecer abrigo y buenas condiciones de trabajo a seres humanos de muchos géneros distintos. Un movimiento concebido para generar procesos constituyentes, donde la política va cediendo su lugar a lo social, a la comunidad, con el objetivo de construir la nueva nación, la de los trabajadores del campo y la ciudad.

Una izquierda nueva, capaz de ayudar a vertebrar una sociedad cada vez más descoyuntada por el capitalismo de principios de siglo. Un movimiento de abajo y a la izquierda como un arrecife de coral (como dijo Jorge Riecmann, poeta, ecólogo y filósosfo), construido por acumulación creciente, en forma de red de colectivos y organizaciones, promotor de la diversidad en la que la dimensión pedagógica y la dimensión ética esté anclada en los condenado de la tierra.

Si se quiere explicar de manera sintética lo que buscamos diríamos: lo que nos hace falta es socializar de tal manera la política que la haga innecesaria e inútil. Pero esa ya será la tarea de los jóvenes que han iniciado su relación con el zapatismo yendo al corazón del EZLN, es decir, a sus pueblos y comunidades.

Ciudad de México a 14 de febrero del 2014.

Sergio Rodríguez Lascano 
-Intervención en el espacio Comandanta Ramona-


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